lunes, 1 de julio de 2013

El verdugo


Arthur Koestler fue un peculiar personaje del siglo XX europeo. Húngaro de origen, escribió en alemán y en inglés, principalmente. Fue agente soviético, estuvo condenado a muerte en la Sevilla de la guerra civil y, más tarde, encerrado en un campo de concentración nazi. Escribió El Cero y el Infinito, una excelente novela en la que describe las purgas estalinistas de los años 30. En sus interesantes Memorias relata esta breve historia:

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
―¿Por qué prolongas mi agonía? ―le preguntó―. ¡Has sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
―Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

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