¿Recuerdan la
temenda historia del herrero y de los tejedores? Pedro Saputo
(que significa el Sabio) llegará en esta ocasión a tiempo de
intervenir ante las simplezas de sus convecinos, según la obra del
catedrático decimonónico Braulio Foz.
Dicen, pues, que
mientras Pedro Saputo estuvo en la corte, pusieron los de su lugar
pleito al sol, y que cuando llegó a Zaragoza y después que le
hubieron saludado todos, le llamaron un día a la plaza en donde
estaba ayuntado el pueblo, y le dijo uno del concejo:
―Con mucho deseo,
oh hijo nuestro Pedro Saputo, esperábamos tu venida al lugar para
darte cuenta de una cosa que hemos hecho y que tú con tu mucha
agudeza y sabiduría nos has de ayudar a llevar a buen cabo y final
cumplimiento. Has de saber que habrá un mes pusimos un pleito al
sol...
Apenas oyó esto
Pedro Saputo, dijo:
―¡Pleito al sol!
Y respondió uno de
la plaza:
―Pleito al sol,
sí, pleito al sol; porque siempre nos fiere de frente en el camino
de Huesca. ¿Vamos allá? Nos fiere la cara; ¿venimos de allá?, nos
torna a ferir la cara. Y el otro día a Simaco Pérez y a Calisto
Espuendas les sucedió que de así ferirles el sol se tornaron
cegatos; y como esto aconteció ya a otros en otras ocasiones pasadas
no queremos que nos acontezca a todos, hoy uno, mañana dos, porque
después los de otros lugares nos farán mueca y nos llamarán ojitos
y guiñosos. Por eso hemos puesto pleito al sol, y hasta que le
ganemos y no nos fiera más de cara en el camino de Huesca, no hemos
de parar. Y ya puedes tú que eres tan agudo y tan aquel, mirar y fer
que esto no se pierda y trabajar con los jueces y letrados, que al
fin bien los pagamos, que yo dié el otro día una ovella que me tocó
para los gastos.
―Pero, señores
―dijo Pedro Saputo― ¿es posible que habéis caído en la mengua
que estáis diciendo? ¿Pleito al sol habéis puesto? ¿Qué dirán
los otros pueblos?
―Que digan lo que
quieran ―respondió otro bárbaro de la turba―; más vale que
digan eso que no tornarnos cegatos y después no valgamos para cosa,
y nos fagan la figa y no lo veigamos. Y ya puedes traballar si no a
volar a d'icho lugar, que parece que desde que has estado en la corte
del rey ya no te conocemos.
Y a estas palabras
siguieron otras más altas, acalorándose la gente de modo que Pedro
Saputo hubo de ceder, y haciendo señal de querer hablar, se
sosegaron y callaron, y él les dijo:
―Yo os doy palabra
que el pleito se acabará en breve, que no durará una semana, y que
lo ganaremos.
―¡Bien! ¡Bien!
¡Viva Pedro Saputo!
Y se deshizo la
junta.
Preguntó quién era
el letrado que defendía a Almudévar, y fue a verse con él y las
demás piezas de aquel juego.
El letrado le dijo
que efectivamente le habían pedido los de Almudévar que les
escribiese una demanda y querella contra el sol, porque les daba de
cara cuando venían a Huesca y cuando se volvían al lugar, y que le
querían poner pleito; que primero les dijo que era un disparate,
pero que no pudo disuadirles; que después los quiso arredrar con los
gastos que ocurrirían, y que a esto habían respondido que no
faltaría dinero; y que en efecto después había sabido que se
escotaban y reunían una cantidad muy considerable. Por esta relación
vio Pedro Saputo que no había lo que él sospechara de estafas y
malicia; se rió con el letrado, se estuvo paseando por allí dos
días, y al tercero por la tarde se volvió a Almudévar discurriendo
antes el modo de salir del paso, dejando a los de su lugar por tontos
hasta la consumación de los siglos.
Convocó al pueblo
por la mañana, y le dijo desde unas piedras que habían sido
cimiento y pie de una cruz:
―Hijos de
Almudévar, os participo que hemos ganado el pleito al sol... No os
alborotéis; oíd: ya no os volveréis cegatos, ni os podrán llamar
ojitos y guiñosos, porque no lo seréis. La cosa ha pasado de esta
manera. Después de ver lo que se alegó de nuestra parte y lo que
contestó la contraria, fui al juez y le hablé largamente de la
tirria que nos tiene el sol, y de su terquedad y trece de cuenta en
herirnos siempre de cara; y en fuerza de mis reflexiones ha
sentenciado a nuestro favor; e yo tomando una copia de la sentencia
me la puse en este secreto de mi gabán, y es del tenor siguiente
(¡cómo levantaron la cabeza y abrían la boca para escucharla!):
«En la ciudad de Huesca, a los siete días del mes de noviembre del
año a Nativitate mil y tantos diez catorce, yo el infrascrito juez,
alcalde, corregidor, tribunal y definidor de causas, pleitos y
querellas de la tierra y los planetas de cielo; en la instancia que
se sigue por el consejo y villa de Almudévar contra el procurador
Benito Gómez nomine y de parte del sol de España; atento a lo que
por ambas partes se ha alegado, y remitiéndome al proceso en todo
caso tam in preses cuam in futurum, declaro y fallo en justicia, ley,
conciencia, y razón, y en nombre y voz de la católica majestad del
rey nuestro señor (que Dios guarde), que el concejo y Villa de
Almudévar no pide ninguna gollería ni lo que dicen cotufas en el
golfo, sino lo que hace muchos años y aun siglos que pudieron pedir
con el mismo derecho y justicia que agora, y que el sol en adelante
no sea osado de ferilles de cara cuando vengan de Huesca y se vuelvan
por la mañana...»
Aquí no pudo ya
contenerse la multitud, y tiraron los sombreros al aire gritando:
―¡Viva Almudévar!
¡Viva Pedro Saputo!
Y duró un rato la
algazara y jubilación de la victoria. Así que se desfogaron,
continuó Pedro Saputo y les dijo:
―Agora de ese
dinero que habéis recogido, que según he calculado pasa de mil
libras jaquesas, se podría hacer un pozo de piedra para tener agua
abundante y buena en todo tiempo, con una balsa inmediata, de la cual
se podría pasar el agua lluvial después de clarificada.
―¡No, no! ―gritó
una voz de la turba―. ¿Agua dices? Aun la del cielo nos incomoda.
Si heses dicho una fuente o un pozo manantillo de vino, entonces sí
que heses acertado; pero d'agua, ¡bien empleado dinero! En otra cosa
lo podemos emplear. Oíd lo que m'ocurre: por ahí se están cayendo
los muros y arruinándose a toda priesa, y día y noche tenemos o
lugar abierto; compónganse los muros y fagamos unas puertas bien
fuertes para cerrar de noche que no entren os ladrones y no vuelva a
suceder o fecho de la semana pasada, que entraron a media noche,
mataron perros, asustaron a la comadre y el hornero viejo, y se
llevaron a filla de Jorge Resmello, a Resmella, pues ya la conocías;
y la volverán, sí, gora un rasco, o la dejarán que no valdrá para
cosa. Esto, es lo que hemos de fer con ese dinero.
Y aplaudieron todos
al que eso dijo; y Pedro Saputo calló, se encogió de hombros, y se
fue a su casa, imaginando en la ligereza y facilidad del vulgo que en
una hora muda de afectos, aclamando con vivas y amenazando de muerte.