Hoy toca cuento de
carácter popular. Romualdo Nogués (1824-1899), natural de Borja,
compaginó su profesión militar con la publicación de unas cuantas
colecciones de cuentos. Este corresponde a Cuentos para gente
menuda.
El tío Cerote era
un zapatero remendón, que siempre andaba a la greña con su mujer,
vieja, fea, negra y más seca que las llares del hogar. El marido
observó que los sábados desaparecía de la cama antes de media
noche, y al amanecer, sin saber cómo, la encontraba a su lado. Para
averiguar la causa, se tendió en el banco de la cocina, y se hizo el
dormido.
A la hora indicada,
la mujer se acercó al marido de puntillas, lo creyó en profundo
sueño, y se dio por todo el cuerpo con un ungüento, herencia de sus
dignas antepasadas, muy duchas en la magia y demás artes diabólicas.
Enseguida bajaron
por la chimenea multitud de viejas horribles, se untaron, y a la
primera campanada de las doce salieron todas en tropel, caballeras en
escobas, las que no cabían por donde entraron, por las grietas de la
casa, gritando desaforadamente:
―Por encima de
rama y hoja, a los campos de Tolosa.
Picado el remendón
de la curiosidad, se untó como ellas, y no habiendo entendido bien
lo que voceaban tales vestiglos, dijo:
―Por entre rama y
hoja, a los campos de Tolosa.
Con la velocidad de
bala de cañón subió por el de la chimenea, atravesó montes y
valles, pasó por zarzas y espinos, y llegó al aquelarre o reunión
de brujas, casi desollado.
Comenzaba la danza.
Alrededor del demonio en figura de macho cabrío, y a compás de
música infernal, bailaban brujas y brujos, cantando:
―Lunes y martes y
miércoles, tres. Jueves y viernes y sábado, seis.
El sacristán, que
en el campanario se preparaba a tocar a misa de alba, oyó la maldita
copla, hizo bocina con las manos, y añadió:
―Y domingo, siete.
―Coge la giba, y
vete ―le replicó furioso a coro el aquelarre, al escuchar el
nombre del día consagrado a Dios.
En el acto le nació
al monaguillo una joroba que envidiaría un dromedario.
Después de tan
brillante fiesta, los brujos y brujas fueron uno a uno besando al
cabrón debajo de la cola. Cuando le tocó al zapatero, se la
levantó, reconoció tan limpio sitio, y en el mismo, con la lezna,
le dio un fuerte pinchazo. El diablo se volvió gravemente, y
advirtió al remendón:
―Tío Cerote, otra
vez, aféitese el bigote.
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