Hoy nos vamos al próximo y al más lejano Oriente. Este cuento procede de
la Geschichte des Abbassidenchalifats in Aegypten (1860-62) de
Gustav Weil. Aunque, naturalmente, la he leído (como tantas otras cosas) transcrita por el gran Borges.
Cuentan los hombres
dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y
misericordioso y no duerme) que hubo en El Cairo un hombre poseedor
de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió,
menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para
ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una
higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le
dijo:
—Tu fortuna está
en Persia, en Isfaján; vete a buscarla.
A la madrugada
siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los
peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las
fieras y de los hombres. Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto
de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el
patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el
decreto de Dios Todopoderoso una pandilla de ladrones atravesó la
mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se
despertaron y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta
que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus
hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo
registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo
llevaron a la cárcel. El juez le hizo comparecer y le dijo:
—¿Quién eres y
cuál es tu patria?
El hombre declaró:
—Soy de la ciudad
famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.
El juez le preguntó:
—¿Qué te trajo a
Persia?
El hombre optó por
la verdad y le dijo:
—Un hombre me
ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi
fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió
ha de ser esta cárcel.
El juez echó a
reír.
—Hombre desatinado
—le dijo—, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El
Cairo, en cuyo fondo hay un jardín y en el jardín, un reloj de sol
y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un
tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo,
has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no
vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó
y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la
del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio
bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el
Oculto.
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