El
problema de la adaptaciones cinematográficas es que se olvidan
siempre de lo mejor del libro en el que se inspiran: todo aquello que
ha pasado por nuestra mente (personal e intransferible) mientras lo
leíamos. Además, los guionistas tienden a dejar a un lado aquello
que se desvía de la trama principal de la obra. Es lo que suele
ocurrir con esta poesía que recita Tweedledee poco antes de ponerse
tan de acuerdo con Twedledum que, lógicamente, acaban peleando en
duelo (pero esa es otra historia). Lewis Carroll nos lo cuenta en
Alicia a través del espejo.
¡Brillaba el sol
sobre la mar!
Con el fulgor implacable de sus rayos
se esforzaba, denodado, por aplanar
y alisar las henchidas ondas;
y sin embargo, aquello era bien extraño
pues era ya más de media noche.
Con el fulgor implacable de sus rayos
se esforzaba, denodado, por aplanar
y alisar las henchidas ondas;
y sin embargo, aquello era bien extraño
pues era ya más de media noche.
La luna rielaba con
desgana
pues pensaba que el sol
no tenía por qué estar ahí
después de acabar el día...
¡Qué grosero! —decía con un mohín,
—¡venir ahora a fastidiarlo todo!
pues pensaba que el sol
no tenía por qué estar ahí
después de acabar el día...
¡Qué grosero! —decía con un mohín,
—¡venir ahora a fastidiarlo todo!
La mar no podía
estar más mojada
ni más secas las arenas de la playa;
no se veía ni una nube en el firmamento
porque, de hecho, no había ninguna;
tampoco surcaba el cielo un solo pájaro
pues, en efecto, no quedaba ninguno.
ni más secas las arenas de la playa;
no se veía ni una nube en el firmamento
porque, de hecho, no había ninguna;
tampoco surcaba el cielo un solo pájaro
pues, en efecto, no quedaba ninguno.
La morsa y el
carpintero
se paseaban cogidos de la mano:
lloraban, inconsolables, de la pena
de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco,
qué maravillosa sería la playa!
se paseaban cogidos de la mano:
lloraban, inconsolables, de la pena
de ver tanta y tanta arena.
¡Si sólo la aclararan un poco,
qué maravillosa sería la playa!
—Si siete fregonas
con siete escobas
la barrieran durante medio año,
¿te parece —indagó la morsa atenta—
que lo dejarían todo bien lustrado?
la barrieran durante medio año,
¿te parece —indagó la morsa atenta—
que lo dejarían todo bien lustrado?
—Lo dudo—
confesó el carpintero
y lloró una amarga lágrima.
y lloró una amarga lágrima.
—¡Oh ostras!
¡Venid a pasear con nosotros!
requirió tan amable, la morsa.
—Un agradable paseo, una pausada charla
por esta playa salitrosa:
mas no vengáis más de cuatro
que más de la mano no podríamos.
requirió tan amable, la morsa.
—Un agradable paseo, una pausada charla
por esta playa salitrosa:
mas no vengáis más de cuatro
que más de la mano no podríamos.
Una venerable ostra
le echó una mirada
pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo
y sacudió su pesada cabeza...
Es que quería decir que prefería
no dejar tan pronto su ostracismo.
pero no dijo ni una palabra.
Aquella ostra principal le guiñó un ojo
y sacudió su pesada cabeza...
Es que quería decir que prefería
no dejar tan pronto su ostracismo.
Pero otras cuatro
ostrillas infantes
se adelantaron ansiosas de regalarse:
limpios los jubones y las caras bien lavadas
los zapatos pulidos y brillantes;
y esto era bien extraño
pues ya sabéis que no tenían pies.
Cuatro ostras más las siguieron
y aún otras cuatro más;
por fin vinieron todas a una
más y más y más... brincando
por entre la espuma de la rompiente
se apresuraban a ganar la playa.
se adelantaron ansiosas de regalarse:
limpios los jubones y las caras bien lavadas
los zapatos pulidos y brillantes;
y esto era bien extraño
pues ya sabéis que no tenían pies.
Cuatro ostras más las siguieron
y aún otras cuatro más;
por fin vinieron todas a una
más y más y más... brincando
por entre la espuma de la rompiente
se apresuraban a ganar la playa.
La morsa y el
carpintero
caminaron una milla, más o menos,
y luego reposaron sobre una roca
de conveniente altura;
mientras, las otras las aguardaban
formando, expectantes, en fila.
caminaron una milla, más o menos,
y luego reposaron sobre una roca
de conveniente altura;
mientras, las otras las aguardaban
formando, expectantes, en fila.
—Ha llegado la
hora —dijo la morsa—
de que hablemos de muchas cosas:
de barcos... lacres... y zapatos;
de reyes... y repollos...
y de por qué hierve el mar tan caliente
y de si vuelan procaces los cerdos.
de que hablemos de muchas cosas:
de barcos... lacres... y zapatos;
de reyes... y repollos...
y de por qué hierve el mar tan caliente
y de si vuelan procaces los cerdos.
—Pero ¡esperad un
poco!— gritaron las ostras
y antes de charla tan sabrosa
dejadnos recobrar un poco el aliento
¡que estamos todas muy gorditas!
y antes de charla tan sabrosa
dejadnos recobrar un poco el aliento
¡que estamos todas muy gorditas!
—¡No hay prisa!—
concedió el carpintero
y mucho le agradecieron el respiro.
y mucho le agradecieron el respiro.
—Una hogaza de pan
—dijo la morsa—,
es lo que principalmente necesitamos:
pimienta y vinagre, además,
tampoco nos vendrán del todo mal...
y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
que vamos ya a alimentarnos.
es lo que principalmente necesitamos:
pimienta y vinagre, además,
tampoco nos vendrán del todo mal...
y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
que vamos ya a alimentarnos.
—Pero, ¡no con
nosotras!— gritaron las ostras
poniéndose un poco moradas;
—¡que después de tanta amabilidad
eso sería cosa bien ruin!
poniéndose un poco moradas;
—¡que después de tanta amabilidad
eso sería cosa bien ruin!
—La noche es bella
—admiró la morsa—
¿no te impresiona el paisaje?
¡Qué amables habéis sido en venir!
¡Y qué ricas que sois todas!
¿no te impresiona el paisaje?
¡Qué amables habéis sido en venir!
¡Y qué ricas que sois todas!
Poco decía el
carpintero, salvo
—¡Córtame otra rebanada de pan!,
Y ojalá no estuvieses tan sordo
que, ¡ya lo he tenido que decir dos veces!
—¡Córtame otra rebanada de pan!,
Y ojalá no estuvieses tan sordo
que, ¡ya lo he tenido que decir dos veces!
—¡Qué pena me da
—exclamó la morsa—
haberles jugado esta faena!
¡Las hemos traído tan lejos
y trotaron tanto las pobres!
haberles jugado esta faena!
¡Las hemos traído tan lejos
y trotaron tanto las pobres!
Mas el carpintero no
decía nada, salvo
—¡Demasiada manteca has untado!
—¡Demasiada manteca has untado!
—¡Lloro por
vosotras!— gemía la morsa.—
—¡Cuánta pena me dais!— seguía lamentando
y entre lágrimas y sollozos escogía
las de tamaño más apetecible;
restañaba con generoso pañuelo
esa riada de sentidos lagrimones.
—¡Cuánta pena me dais!— seguía lamentando
y entre lágrimas y sollozos escogía
las de tamaño más apetecible;
restañaba con generoso pañuelo
esa riada de sentidos lagrimones.
—¡Oh, ostras!—
dijo al fin el carpintero.
—¡Qué buen paseo os hemos dado!,
¿os parece ahora que volvamos a casita?—
Pero nadie le respondía...
y esto sí que no tenía nada de extraño,
pues se las habían zampado todas.
—¡Qué buen paseo os hemos dado!,
¿os parece ahora que volvamos a casita?—
Pero nadie le respondía...
y esto sí que no tenía nada de extraño,
pues se las habían zampado todas.
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