Hermann
Hesse fue un importante escritor nacionalizado suizo, aunque de
origen alemán. De personalidad muy compleja, creó algunas de las
obras claves del siglo XX, como El lobo estepario. He aquí un
breve cuento.
Esto se cuenta
acerca de Meng Hsie.
Cuando supo que
últimamente los artistas jóvenes se ejercitaban en colocarse cabeza
abajo, decían que para ensayar una nueva visión, inmediatamente
Meng Hsie practicó también este ejercicio. Y después de probarlo
un rato declaró a sus discípulos:
—Cuando me coloco
cabeza abajo se me presenta el mundo bajo un aspecto nuevo y más
hermoso.
Esto se comentó, y
los jóvenes artistas se ufanaban no poco de que el anciano maestro
hubiese respaldado así sus experimentos.
Se sabía que apenas
hablaba, y que enseñaba a sus discípulos no mediante doctrinas sino
con su simple presencia y su ejemplo. Por eso sus manifestaciones
llamaban mucho la atención y se difundían por todas partes.
Poco después de que
aquellas palabras suyas hubiesen hecho las delicias de los
innovadores y sorprendido e incluso indignado a muchos de los
antiguos, se supo que había hablado otra vez. Contaban que había
dicho:
—Es bueno que el
hombre tenga dos piernas, porque ponerse cabeza abajo no favorece la
salud. Además, cuando se incorpora el que estuvo cabeza abajo el
mundo se le representa doblemente más hermoso que antes.
Estas palabras del
maestro escandalizaron a los jóvenes antipodistas, que se sintieron
traicionados o burlados, y también a los mandarines.
—Tal día dice
Meng Hsie tal cosa, y al día siguiente dice lo contrario —comentaban
los mandarines-. Es imposible que ambas sean verdaderas. ¿Quién
hace caso del anciano cuando le flaquea el entendimiento?
Algunos fueron a
contarle al maestro lo que decían de él tanto los innovadores como
los mandarines. Él se limitó a reír. Y como sus seguidores le
demandaran una explicación, dijo:
—La realidad
existe, pequeños míos, y ésa es incontrovertible. Verdades, en
cambio, es decir, opiniones acerca de la realidad expresadas mediante
palabras, hay muchas, y todas ellas son tan verdaderas como falsas.
Y por mucho que
insistieron, los discípulos no consiguieron sacarle una palabra más.
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