Ya
leímos la descripción de una de las muchas ciudades que visitó
Marco Polo (según imagina Ítalo Calvino en Las ciudades
invisibles). He aquí una
sugerente variante.
El Gran Kan ha
soñado una ciudad; la describe a Marco Polo:
—El puerto esta
expuesto al septentrión, en la sombra. Los muelles son altos sobre
el agua negra que golpea contra los cimientos; escaleras de piedra
bajan resbalosas de algas. Barcas embadurnadas de alquitrán esperan
en el fondeadero a los viajeros que se demoran en el muelle diciendo
adiós a las familias. Las despedidas se desenvuelven en silencio
pero con lágrimas. Hace frío; todos llevan chales en la cabeza. Una
llamada del barquero pone fin a la demora, el viajero se acurruca en
la proa, se aleja mirando hacia el grupo de los que se quedan; desde
la orilla ya no se distinguen los contornos; hay neblina; la barca
aborda una nave anclada; por la escalerilla sube una figura
empequeñecida, desaparece; se siente alzar la cadena oxidada que
raspa contra el escobén. Los que se quedan se asoman a las escarpas
del muelle para seguir con los ojos al barco hasta que dobla el cabo;
agitan por última vez un trapo blanco.
—Vete de viaje,
explora todas las costas y busca esa ciudad —dice el Kan a Marco—.
Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad.
—Perdóname,
señor: no hay duda de que tarde o temprano me embarcaré en aquel
muelle —dice Marco—, pero no volveré para contártelo. La ciudad
existe y tiene un simple secreto: conoce sólo partidas y no
retornos.
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