Saludamos
ya hace unas semanas a Franz Kafka. He aquí otro característico
relato suyo.
Érase un buitre que
me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y los
calcetines y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo,
volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos
miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
―Estoy indefenso
―le dije― vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y
hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy
fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies:
ahora están casi hechos pedazos.
―No se deje
atormentar ―dijo el señor―, un tiro y el buitre se acabó.
―¿Le parece?
―pregunté― ¿quiere encargarse del asunto?
―Encantado ―dijo
el señor―; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede
usted esperar media hora más?
―No sé ―le
respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después
añadí―: por favor, pruebe de todos modos.
―Bueno― dijo el
señor―, voy a apurarme.
El buitre había
escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la
mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo:
voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un
atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca,
profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que
en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba
todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
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