Arthur
Koestler fue un peculiar personaje del siglo XX europeo. Húngaro de
origen, escribió en alemán y en inglés, principalmente. Fue agente
soviético, estuvo condenado a muerte en la Sevilla de la guerra
civil y, más tarde, encerrado en un campo de concentración nazi.
Escribió El Cero y el Infinito, una excelente novela en la
que describe las purgas estalinistas de los años 30. En sus
interesantes Memorias relata esta breve historia:
Cuenta la historia
que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el
reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su
habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida
había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía:
cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza
quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y
finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día
de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad;
las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó
a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo
decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo.
Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
―¿Por qué
prolongas mi agonía? ―le preguntó―. ¡Has sido tan
misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento
de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro
apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
―Tenga la bondad
de inclinar la cabeza, por favor.
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