Miguel
D'Ors es galaico y granadino, y un auténtico lujo: es uno de los
grandes poetas de la normalidad que nos quedan. Para abrir boca
(volveremos otro día), un poema de juventud en el que podemos
encontrar nuestra propia memoria. Pertenece al libro Del amor, del
olvido (1972).
El
abuelo era blanco; conocía
dos
cuevas y sabía seguir huellas de lobo.
La
abuela era menuda y tibia como un nido:
jugábamos
a pájaros con ella.
...
Y, alrededor, los dos llevaban como
un
contorno de campos y palomas:
cruzaban
el umbral y parecía
que
con ellos entraba el verano en la casa;
al
contarnos los cuentos, en sus voces
oíamos
molinos y cuervos alejándose
y
hasta en las mismas ropas nos traían
un
recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso
del
heno y la retama...
...
Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué
venas, retorcidas como parras;
las
ganas que me daban
de
cumplir en un día sesenta y cuatro años
para
tener dos manos como aquéllas...
Luego,
la abuela, aquellas zapatillas
de
nube que llevaba,
aquel
ir y venir, como volando,
de
la escoba al misal, de sus gallinas
a
las sábanas frescas,
de
la labor de lana a los geranios,
del
pan a las mejillas de sus nietos...
que
entonces, suavemente, quedábamos dormidos
creyendo
que la abuela no se acostaba nunca.
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