El hondureño
guatemalteco Augusto
Monterroso es
considerado el as del microrrelato y su «Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»
es el más conocido y citado. Pero también tiene relatos más
extensos, como esta modernización-variación de las fábulas de
Esopo (Que cualquier día visitaremos).
Un celebre
Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva,
semiperdido.
Con la fuerza que
dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente
subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su
antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y
costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las
de los humanos.
Al caer la tarde vio
aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no
sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales
sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el
otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que
el hombre era hombre.
El León estremeció
la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era
su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte,
el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos
del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la
ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso
tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y
cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León
ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el
Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de
perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de
sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.
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