¿Cómo
hacer para tener miedo? No es cosa fácil. El genial, argentino y
cosmopolita Julio Cortázar se nos pone extremadamente didáctico.
En un pueblo de
Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún
lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las
tres de la tarde, muere.
En la plaza del
Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el
siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ven moverse lentamente
las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos
encabritados.
En Amalfi, al
terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la
noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.
Un señor está
extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada
de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga
de pan pintada.
Al abrir el ropero
para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se
deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel.
Se sabe de un
viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda,
justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó
la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.
El médico termina
de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los
medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De
cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de
cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro
sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en
la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha
subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.
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