Marco
Denevi fue un escritor argentino que vivió entre 1922 y 1998.
Escribió novelas, obras de teatro y guiones de cine y televisión.
Pero yo sólo he leído un ramillete de breves cuentos, como éste
que transcribo a continuación.
El señor
Epidídimus, el magnate de las finanzas, uno de los hombres más
ricos del mundo, sintió un día el vehemente deseo de visitar el
barrio donde había vivido cuando era niño y trabajaba como
dependiente de almacén.
Le ordenó a su
chófer que lo condujese hasta aquel barrio humilde y remoto. Pero el
barrio estaba tan cambiado que el señor Epidídimus no lo reconoció.
En lugar de calles de tierra había bulevares asfaltados, y las
míseras casitas de antaño habían sido reemplazadas por torres de
departamentos.
Al doblar una
esquina vio el almacén, el mismo viejo y sombrío almacén donde él
había trabajado como dependiente cuando tenía doce años.
—Deténgase aquí
—le dijo al chófer. Descendió del automóvil y entró en el
almacén. Todo se conservaba igual que en la época de su infancia:
las estanterías, la anticuada caja registradora, la balanza de pesas
y, alrededor, el mudo asedio de la mercadería.
El señor Epidídimus
percibió el mismo olor de sesenta años atrás: un olor picante y
agridulce a jabón amarillo, a aserrín húmedo, a vinagre, a
aceitunas, a acaroína. El recuerdo de su niñez lo puso nostálgico.
Se le humedecieron los ojos. Le pareció que retrocedía en el
tiempo.
Desde la penumbra
del fondo le llegó la voz ruda del patrón:
—¿Estas son horas
de venir? Te quedaste dormido, como siempre.
El señor Epidídimus
tomó la canasta de mimbre, fue llenándola con paquetes de azúcar,
de yerba y de fideos, con frascos de mermelada y botellas de
lavandina, y salió a hacer el reparto.
La noche anterior
había llovido y las calles de tierra estaban convertidas en un
lodazal.
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